¿Sos de los que cuentan los días para la llegada del verano, o preferís el invierno y quedarte en casa con una manta y un té? Aunque parezca una simple cuestión de gusto, la ciencia sugiere que nuestra estación favorita puede estar profundamente ligada a la personalidad, la salud mental y hasta la biología.
Distintos estudios psicológicos encontraron que quienes prefieren el verano suelen ser más extrovertidos, optimistas y activos socialmente. La explicación tiene base hormonal: el aumento de la luz solar incrementa los niveles de serotonina, conocida como la “hormona de la felicidad”. Además, el verano impulsa a realizar actividades al aire libre, lo que mejora el estado de ánimo y fomenta la conexión con otros.
En cambio, los fanáticos del invierno tienden a ser más introspectivos y reflexivos. Algunas investigaciones los vinculan con una mayor tolerancia a la soledad, menor necesidad de estímulo externo y una mejor capacidad para lidiar con el estrés. El invierno, con sus espacios cerrados y ambientes más tranquilos, parece favorecer a quienes buscan calma y confort emocional.
Pero las diferencias no son solo emocionales. También hay un componente biológico: el reloj circadiano, que regula nuestros ciclos de sueño, apetito y energía, se adapta de forma distinta en cada persona. Mientras algunos se sincronizan mejor con los días largos y cálidos del verano, otros funcionan con más eficiencia en las jornadas cortas y frescas del invierno.
En resumen, la estación que más disfrutás podría estar diciendo mucho sobre vos, desde tu forma de relacionarte hasta cómo gestionás el estrés o encontrás bienestar. Así que la próxima vez que elijas entre sol o frío, sabé que tu elección está escrita, al menos en parte, en tu cuerpo y tu mente.