Han pasado ya más de sesenta años desde que, a principios de octubre de 1957, el satélite soviético Sputnik 1 y sus célebres pitidos abrieron la puerta de la era espacial para el ser humano. Desde entonces hasta nuestros días cientos de misiones han ido llenando paulatinamente la órbita más cercana de nuestro planeta, creando un atasco espacial que puede tener consecuencias imprevisibles.
En septiembre del año pasado, la ISS comunicaba una maniobra de evasión para evitar colisionar con los escombros de un viejo cohete japonés que terminaron pasando a solo 1,39 km de la estación. Se trataba de la tercera maniobra de este tipo en un solo año. Unos meses antes, el satélite europeo Aeolus estuvo a punto de colisionar con uno de los componentes de la megaconstelación de SpaceX. En mayo de este año un pequeño objeto sin identificar perforó uno de los brazos robóticos de la ISS. Los eventos de este tipo se acumulan y la propia Agencia Espacial Europea reconoce que, durante las últimas dos décadas, “se han producido en el espacio una media de 12 colisiones y fragmentaciones accidentales cada año, una tendencia que desgraciadamente está aumentando”.
Nos encontramos ante un serio problema de seguridad para astronautas y estaciones habitadas, un riesgo para las comunicaciones de todo el planeta, pero también puede ser un peligroso foco de tensiones y malentendidos internacionales. Hace tan solo unos días hemos encontrado un ejemplo de lo que podría depararnos el futuro: la colisión del satélite chino Yunhai 1-02 con restos de un cohete ruso lanzado en 1996.
La historia comienza en marzo de 2021. El 18 Escuadrón de Control Espacial (18 SPCS), encargado de rastrear e identificar todos los objetos artificiales en órbita terrestre, informaba de “la ruptura del satélite Yunhai 1-02”. En aquel momento las circunstancias no estaban nada claras y no se sabía si la nave había sufrido algún tipo de error, si había ocurrido una explosión en su sistema de propulsión o si se había producido una colisión con algún objeto en órbita.