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Sociedad
03/01/2022

Hay pocos lugares en el mundo donde la naturaleza le deje a uno tan atónito como las Highland escocesas, la región más septentrional del país famosa por la crudeza de sus paisajes rocosos, el color esmeralda de sus prados

Su costa abrupta repleta de rasgos geográficos alucinantes, manadas de ciervos por doquier y pueblos tan encantadores como Ullapool. Lo que seguramente acabe por llamarte la atención es una cosa… el paisaje escocés apenas está arbolado. ¿Cómo es posible?

Bien, ahí es donde quiero llegar a parar. Tendemos a asociar los efectos perniciosos del hombre sobre el medio ambiente con los tiempos más recientes, aquellos que vinieron tras la década de 1760, es decir con el inicio de la revolución industrial. Craso error. El hombre ha venido alterando su hábitat desde que dejó atrás su faceta de cazador recolector, se asentó en un lugar y basó su sustento en la agricultura.

Aunque parezca imperceptible, despejar terreno boscoso para dedicarlo al cultivo altera el color de la superficie terrestre, y esto tiene un efecto en el albedo: la capacidad que una superficie tiene para absorber o repeler la radiación. (La nieve, o las casas encaladas reflejan mucha radiación solar, mientras que las superficies oscuras – como los bosques frondosos – absorben más cantidad). La incidencia es mínima, ya lo sé, pero ahí está.

Este es solo un ejemplo del modo en que nuestro desarrollo comenzó a influir en el hábitat e incluso en el clima. Podríamos citar otro caso notable, como el que se asocia a la domesticación de animales como las vacas, las ovejas y las cabras. Esto se apreció perfectamente en el antiguo Egipto, donde en tiempos de la dinastía ptolemaica (instaurada por el segundo de abordo de Alejando Magno) el país se llegó a convertir en el granero de Roma. ¿Cómo es posible que un país cuyo paisaje hoy asociamos principalmente al desierto fuera entonces tan fértil? ¿Qué sucedió? La respuesta la debemos encontrar precisamente en ese ganado rumiante que llevamos con nosotros a todas partes, y que cuando no se controla puede acabar convirtiendo al mismo jardín del Edén en un páramo. ¡Así de notables son los efectos del sobrepastoreo!

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