Y sin embargo, esto es lo que ocurre en una isla del Pacífico, en la isla Phillip. En este terreno, que se encuentra a 140 kilómetros de la costa de Australia, los depredadores terminales son un tipo de escolopendra conocida como ciempiés de Phillip (Cormocephalus coynei).
Las escolopendras no son insectos. Pertenecen al grupo de quilópodos (Chilopoda), que a su vez son miriápodos. Estos animales suelen ser depredadores, y utilizan sus forcípulas, dos estructuras con forma de “aguijón” que tienen cerca de la boca, para inyectar su veneno y paralizar a su presa para comérsela viva.
Bien, pero ¿qué comen los ciempiés de Phillip? Polluelos. Crías de petreles alinegros (Pterodroma nigripennis). Y no precisamente en pequeña cantidad. Estamos hablando de que estos ciempiés acaban, cada año, con entre 2.000 y 3.700 polluelos. A esto también ayuda que los ciempiés de Phillip tengan un tamaño sorprendente para un miriápodo, llegando a los 30 centímetros de longitud. Lo que, para este tipo de organismos, se considera gigantismo
Tampoco es que lo hagan de una manera suave. Por lo general, comienzan atacando el cuello de estos polluelos, por la parte posterior, e inyectando su veneno. Cuando la potente toxina que generan tiene efecto, se alimentan del polluelo mientras aún está vivo.
Estos polluelos son la base de su dieta, pero no su única presa. Estos ciempiés también consumen geckos, eslizones – un tipo de reptil – o insectos, sobre todo grillos. Una dieta muy variada.
Dicho así, puede parecer un poco desagradable o incluso cruel. Sin embargo, gracias a estos ciempiés el ecosistema funciona, y sin ellos no podría hacerlo. Porque estos ciempiés consiguen importar nutrientes desde el mar a la tierra firme que forma la isla.