A la larga, este consumo puede provocar afecciones como hígado graso, hepatitis alcohólica o cirrosis. Afortunadamente, incorporando distintos hábitos saludables se puede proteger el hígado y reducir el impacto del alcohol.
El hígado es el órgano de mayor tamaño dentro del cuerpo, pesa alrededor de un kilo y medio y se encuentra en la zona superior derecha de la cavidad abdominal, es decir, debajo del diafragma y sobre el estómago, riñón derecho e intestinos.
Aunque muchas veces parece estar relegado en comparación a otros órganos, como el corazón o el cerebro, el hígado cumple funciones cruciales para el funcionamiento de nuestro organismo. Entre ellas se destacan:
Almacenar energía.
Ayudar a digerir alimentos.
Eliminar del cuerpo diferentes tipos de toxinas.
Metabolizar las grasas, carbohidratos y proteínas.
Procesar la hemoglobina.
Procesar los medicamentos.
Producir y equilibrar la glucosa.
Regular la coagulación sanguínea.
Regular los niveles de aminoácidos en sangre.
Cómo impacta el alcohol en el hígado
Cuando bebemos alcohol, este pasa inmediatamente a la sangre, donde es transportado hacia el hígado para ser metabolizado por unas células llamadas hepatocitos.
Cómo controlar el hígado graso
Durante este proceso el alcohol se “oxida” y transforma en una sustancia llamada acetaldehído, principal responsable de los efectos nocivos del alcohol, como resaca alcohólica, activación de sustancias inflamatorias que dañan las células hepáticas, y mayor riesgo de desarrollar cáncer, cirrosis, esteatosis, fibrosis hepática o hepatitis alcohólica.
Este proceso también puede provocar un incremento en los niveles de colesterol y triglicéridos en sangre, un aumento del ácido úrico y un descenso de los niveles de glucosa.
A su vez, ciertos factores pueden aumentar el riesgo de sufrir estos daños:
Consumir tabaco.
Mezclar el alcohol con medicamentos.
Ser mayor de 45 años.
Ser mujer.
Ser obeso.