La práctica deportiva desde finales del siglo pasado ha despertado el interés en general. Ya sea por diversión o por competencia, la práctica de deportes se ha multiplicado considerablemente.

En el deporte no pasa nada diferente a las demás aplicaciones de la ética. El tema, particularmente hablando de deporte, es la necesidad de ganar, y con ganar nos referimos desde una marca, una competencia, un lugar, una medalla.

Esta necesidad de ganar a veces está fundamentada en la necesidad de trascender, o de fortalecer un ego, y en otras muchas en la necesidad de una percepción económica, que en ocasiones puede alcanzar cifras elevadas.

He ahí la disyuntiva del deportista entre ser buena persona o no serlo, con tal de llegar a su objetivo.

¿Qué es dopaje?
Antes que nada, dopaje se define como la administración de fármacos o sustancias estimulantes para potenciar artificialmente el rendimiento del organismo, a veces con peligro para la salud.

El dopaje es una de las cuestiones con mayor repercusión social y sobre las que más se ha debatido, tanto en los círculos académicos como fuera de ellos.

Actualmente la WADA (World Anti-Doping Agency), que es el órgano encargado de prevenir, detectar y penalizar los actos de dopaje, tiene sanciones establecidas para quienes se tenga la evidencia de que se doparon o intentaron hacerlo, castigos que van desde una suspensión de hasta cuatro años (ciclo olímpico) hasta una suspensión permanente, afectando tanto al deportista como a su equipo de apoyo.

Todo esto con el fin de que menos deportistas usen el dopaje (que se considera una trampa) para beneficiarse de sus efectos y tener ventajas sobre sus demás compañeros.

El problema del dopaje no es sólo si el deportista hace trampa o no, si gana a través de ella o no, si es buena persona o no lo es. Sino es el daño que ocasiona a su salud y que repercute en su vida misma.