El avión que transportaba a Francisco y a su séquito aterrizó tras un vuelo nocturno de casi 10 horas, y el Papa, que tiene 86 años y necesita una silla de ruedas, estuvo descansando el resto del día.
Su primer compromiso será el sábado, cuando asista a una ceremonia oficial de bienvenida y se dirija a los líderes gubernamentales y diplomáticos.
En el aeropuerto, una mujer vestida con trajes tradicionales ofreció al Papa un yogur sólido, un gesto de bienvenida habitual en Mongolia, antes de que fuera conducido por una guardia de honor con uniformes azules y rojos ornamentados y fusiles en la mano.
Aparte de las banderas de Mongolia y del Vaticano en los postes de la autopista, y el tráfico retenido por el paso de su comitiva, apenas había señales de que el Papa estuviera en la ciudad.
Una de las pocas pancartas colocadas a lo largo del recorrido de su comitiva hacia la moderna capital, rodeada de una extensión en su mayor parte árida, la sostenían católicos de Vietnam, un país antaño hostil a las religiones occidentales, pero que recientemente ha mejorado sus relaciones con el Vaticano.
Al llegar a su destino, en el centro de la ciudad, el Papa fue recibido por simpatizantes, algunos de los cuales ofrecieron un breve espectáculo de canto y danza.
“Estoy muy contento de ver al Papa”, dijo Otgon Zesenjav, devoto católico de 47 años. “Estoy muy agradecido por su visita. Llevamos mucho tiempo esperando este momento. Me ha dado la mano dos veces. Estoy muy emocionado”.
En Mongolia solo hay 1.450 católicos, bajo la administración del cardenal Giorgio Marengo, que empezó a trabajar en el país hace más de 20 años cuando era un joven sacerdote.