La visita del Sumo Pontífice, la segunda de un papa a la Península Arábiga, tiene como objetivo mejorar los lazos con el mundo islámico, pero lo coloca en medio de la división entre suníes y chiíes en Baréin, que aplastó un levantamiento prodemocrático en 2011.
Refiriéndose a la Constitución de Baréin, Francisco dijo que los compromisos deben practicarse constantemente para que “la libertad religiosa sea completa”, la igualdad de dignidad y de oportunidades “se reconozca concretamente a cada grupo”, que no existan formas de discriminación y que los derechos humanos “no sean violados”.
“Pienso, en primer lugar, en el derecho a la vida, en la necesidad de garantizar ese derecho siempre, también para los castigados, a los que no se les debe quitar la vida”, añadió.
El Santo Padre habló en el Palacio de Sakhir junto al rey Hamad bin Isa Al Khalifa. Desde el escenario, el Papa, de 85 años, fue llevado en una silla de ruedas hasta la entrada del patio con el rey caminando a su lado. Francisco se levantó y ambos se abrazaron antes de que el pontífice subiera a un Fiat 500 blanco con matrícula del Vaticano.
En su discurso, el rey Hamad dijo que su país protegía la libertad de todos los credos para “realizar sus rituales y establecer sus lugares de culto”. Baréin, dijo, rechaza la discriminación religiosa y condena “la violencia y la incitación” en virtud de una declaración emitida por el Estado hace varios años.
La visita del Papa ha llamado la atención sobre la tensión entre el gobierno liderado por los suníes y la comunidad chií, que protagonizó un levantamiento prodemocrático durante la “Primavera Árabe” de 2011, que Baréin sofocó con la ayuda de Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos (EAU).