Túnez se enfrentó a su peor crisis política en una década de democracia después de que Saied, respaldado por el ejército, destituyera al primer ministro y suspendiera el parlamento el domingo, desatando la preocupación en las capitales occidentales que han elogiado su transición desde la autocracia tras los levantamientos de la Primavera Árabe en 2011.
Influyentes grupos de la sociedad civil, incluido un poderoso sindicato de trabajadores, advirtieron a Saied de que no prolongara más allá de un mes las medidas extraordinarias que anunció el domingo y le pidieron que trazara “una hoja de ruta participativa” para salir de la crisis.
No hubo señales de tensión en la capital, donde partidarios y detractores de las medidas de Saied se enfrentaron el lunes. Las calles estaban tranquilas, sin protestas significativas ni una mayor presencia de seguridad.
Las acciones de Saied se produjeron tras meses de estancamiento y disputas que lo enfrentaron con el primer ministro Hichem Mechichi -también un político independiente- y a un parlamento fragmentado, mientras Túnez sufre una crisis económica agravada por uno de los peores brotes de COVID-19 en África.
Muchos tunecinos, cansados de la parálisis política y de una economía moribunda, salieron el domingo a las calles en una muestra de apoyo a Saied. “Llevamos 10 años de silencio y de angustia y ahora la gente está enferma y no sabe cómo tratarse”, dijo la tunecina Halma Talbi.
Pero el movimiento moderadamente islamista Ennahda, el mayor partido del parlamento, y los tres siguientes partidos más importantes han denunciado las medidas como un golpe de Estado.
El lunes, Ennahda se retractó de un llamado a sus partidarios para que salieran a las calles contra Saied e instó al diálogo y a los esfuerzos para evitar el enfrentamiento civil.
“El movimiento (…) hace un llamado a todos los tunecinos para que aumenten la solidaridad, la sinergia y la unidad, y para que hagan frente a todos los llamados a la sedición y al enfrentamiento civil”, dijo en un comunicado.