Los avances realizados han aportado derechos y libertades que reparan desagravios históricos y que suponen un beneficio directo y tangible. Por otro lado, aunque de manera ocasional, la igualdad conseguida también se ve reflejada en aspectos perjudiciales, y el aumento de la ingesta de alcohol es claro ejemplo.
Tradicionalmente los hábitos de consumo se centraban en hombres, en una proporción de tres a uno, pero los datos y análisis sociológicos más recientes nos muestran que, en las últimas décadas, esta proporción se ha ido acercando hasta alcanzar una igualdad de uno a uno, a nivel mundial, según informaba un metaestudio de 2016. El país que más se ha estudiado esta tendencia general probablemente sea Estados Unidos donde, según los datos de 2019, las mujeres ya desde la adolescencia beben y se emborrachan a tasas más altas que sus pares masculinos, e incluso adelantan a estos en la primera consumición de alcohol.
Como consecuencia de este cambio de tendencia, los científicos han comprobado que la mayoría de las investigaciones y estudios sobre el alcohol se centraban en los hombres. Es evidentemente una consecuencia más del olvido histórico que el género femenino ha sufrido durante siglos y en este caso nos encontramos también con una escasez de estudios específicos para ellas. Ahora, a medida que las mujeres han ido alcanzando la paridad en los hábitos de bebida, los científicos están indagando cada vez más sobre el daño desigual que causa el alcohol en sus organismos.
La igualdad en el consumo no viene con igualdad de consecuencias. Existen muchos factores que explican estas diferencias, pero las mujeres generalmente tienen menos agua corporal , que disuelve el alcohol, que los hombres del mismo peso. Eso significa que la misma cantidad de bebida se traduce en concentraciones más altas de alcohol en sangre y una mayor exposición a los efectos nocivos del alcohol con la misma cantidad de bebida.