Decir una palabra equivocada, olvidar un nombre o confundir acciones rutinarias son ejemplos de lapsus, un concepto introducido por Sigmund Freud que permite observar cómo el inconsciente se asoma en nuestra conducta cotidiana.
Los lapsus pueden manifestarse de varias formas:
Errores verbales: sustituir una palabra por otra sin intención.
Errores de memoria: olvidar fechas, nombres o datos significativos.
Acciones mecánicas: confundir gestos cotidianos, como poner sal en el café en vez de azúcar.
Para Freud, estos tropiezos no eran casuales, sino “ventanas” a conflictos internos o deseos reprimidos. Rita Karanauskas, especialista en detección de mentiras, explica que los lapsus son momentos en los que el inconsciente se revela, causando errores al hablar o al escribir.
Aunque la interpretación freudiana ha sido cuestionada, los especialistas actuales coinciden en que los lapsus pueden reflejar estrés, distracción o tensiones internas no reconocidas conscientemente. Según un texto de la Clínica Universidad de Navarra, es clave analizarlos con cuidado: no todo error responde a un deseo oculto, y el contexto en que ocurre es fundamental.
Cuándo consultar a un profesional
Un lapsus aislado no suele ser motivo de alarma, pero conviene pedir ayuda si:
Son frecuentes y afectan la vida cotidiana.
Generan angustia, culpa o vergüenza persistente.
Aparecen junto a ansiedad, depresión o problemas de memoria.
Forman parte de un cuadro más amplio de trastorno de la personalidad o alteración del juicio.
En psicoterapia, analizar estos errores puede ser útil, siempre dentro de una mirada clínica integral. Karanauskas agrega que observar los lapsus también permite detectar inconsistencias en la comunicación y, en ciertos casos, señales de engaño, convirtiéndolos en herramientas valiosas para comprender el estado emocional y cognitivo de las personas.